A 41 años de distancia de 1968 , que han sido no únicamente años de no olvidar, sino de lucha, nada ha podido borrar de la mente de la clase trabajadora y la juventud estudiantil los meses de represión y la matanza de centenares de estudiantes, trabajadores, niños, mujeres perpetrada por el gobierno priísta el 2 de octubre de 1968 en la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.
En los medios de comunicación, libros y cine vemos como esa gran lucha es traída a las nuevas generaciones cuando durante años se censuró. Aunque, claro, sólo se expone una parte del movimiento: la superficial, y no la esencia política de él.
No se dice que en 1968 millones de jóvenes y trabajadores del mundo salieron a las calles mostrando su rechazo al sistema que no les garantizaba un futuro. Salieron a luchar contra el imperialismo, derrotado en Cuba y Argelia, y se produjo la derrota más importante del imperialismo norteamericano desde la II Guerra Mundial: Vietnam. Junto al declive del imperalismo USA, la crisis del estalinismo muestra su cara al mundo con los tanques aplastando la “Primavera de Praga”.El mayo del 68 en París hizo temblar a las clases dominantes en todos los países. Fue el mes de la Revolución, donde 10 millones de trabajadores ocuparon fabricas y controlaron la TV y radio bajo la consigna “Ni De Gaulle ni Miterrand, Poder Popular, sí”. El mes de la unidad en la lucha de trabajadores y estudiantes.
El empuje del mayo francés tuvo su influencia. México, y no sólo en el movimiento estudiantil sino al igual que en Paris y Roma, en el movimiento obrero. el miedo que suscitó el fantasma de la revolución en la
débil y dependiente burguesía nacional, es lo que explica la represión brutal desde un principio.
El movimiento estalló y se desarrolló no por obra de “comunistas y agitadores extranjeros”, sino como expresión de una perspectiva generalizada de falta de futuro.
El “milagro económico”, la versión nacional del “Estado de bienestar”, mas palabras que realidad, no era tal. Con el crecimiento de economía (5.6 % promedio en los años 40-60) nada mejoró para la mayoría del país. En cambio, la concentración del capital aumentó. El 1.5 % de las empresas industriales controlaban e177.2 % de todo el capital invertido; el 1 % de los propietarios no ejidales controlaban el 70 % de la propiedad agrícola no ejidal. A la par, había 5.8 millones de subempleados y 3 millones de desempleados, y el nivel de ingreso durante todo ese período apenas si aumentó.
El movimiento obrero organizado había recibido derrotas serias en ese tiempo. Las luchas de ferrocarrileros, los maestros, médicos, los campesinos fueron reprimidas. La clase media veía cada día más lejos la posibilidad de ascender socialmente y de acercarse a la burguesía. El sistema no permitía que hubiera ninguna expresión de este descontento. No había derechos democráticos mínimos como libertad de manifestación, libertad de sindicalización, organización y lucha independiente, que era tipificado como delito.
Las cárceles estaban llenas de presos políticos, muchos de ellos de las huelgas obreras de 58-60, como Demetrio Vallejo o Valentín Campa. En esas condiciones sólo bastaba una chispa para provocar una explosión.
Aunque el movimiento había estallado como una respuesta a la represión policial y del ejército contra las Vocacionales y centros de educación superior, sus demandas centrales son políticas, por derechos democráticos,y no demandas académicas: libertad de los presos políticos, disolución del cuerpo de granaderos, derogación de los artículos penales que contemplan como delito la organización y lucha inde-pendiente, destitución de los funcionarios responsables de la represión…
La conformación de los Comités de Huelga en las escuelas, desconociendo y liquidando a organizaciones porriles como la FNET, la constitución de un Consejo Nacional de Huelga (CNH) de todos los centros de estudio importantes, una dirección centralizada y democrática, logrando la ‘unidad de acción, golpeando el mismo día y a la misma hora, son un avance indudable. La táctica era correcta, pero en la estrategia sus objetivos estaban limitados a la lucha por reformas democráticas mínimas. Esta perspectiva limitada imposibilitaba ganar un apoyo masivo de la clase obrera, que sólo iría adelante con los estudiantes si hubiera habido una dirección política de clase con un programa y objetivos claros, dado que tenían que vencer (y hasta hoy es una cuestión pendiente) el obstáculo objetivo que representaban los dirigentes charros.
Cabeza de Vaca, delegado de Chapingo ante el CNH declaró 20 años después: “aunque los burócratas sí nos apoyaban, muchos nos quejábamos de que los obreros no participaban. Hoy lo entendemos. No había un partido político, de clase, ni teníamos un plan para cambiar las estructuras. Había un plan democratoide por todos conocido que no afectaba al Estado ni económica, ni política ni socialmente. Lo único que podíamos afectar era la posición de autoridad del gobierno”.
Dirección de clase
Nadie podía dudar de la disposición combativa de la juventud, trabajadores y de colonos, que como en Tlatelolco desde las ventanas lanzaban piedras, botellas, maceteros… contra los granaderos y el ejército. Lo que faltaba era una dirección política de clase y de masas. Este era el papel que sólo podía jugar entonces el Partido Comunista (PCM). Tenía el control del Comité Nacional de Estudiantes Democráticos (CNED). Muchos de los líderes más destacados del CNH, como Raul Álvarez Garín, Gilberto Guevara Niebla, Pablo Gómez, el “Búho”, provenían de la Juventud Comunista. Pero el Partido Comunista Mexicano no planteó en ese momento ninguna lucha por la toma del poder y el socialismo, al igual que en Francia, con el Partido Comunista, siguiendo su política de coexistencia pacífica de clases, no se lanzaron a jugar el papel de dirección revolucionaria. La perspectiva de la dirección del PCM, sometida al Kremlin, fue clara: “la lucha de julio-octubre se ha convertido en el movimiento político más importante de los últimos 30 años, cuyo contenido es la democratización del régimen político. El PCM restringió el movimiento a las demandas democráticas mínimas: proponía evitar provocaciones gubernamentales, dando a entender la idea de que el ejército y la policía eran muy fuertes y por lo tanto nada se podía hacer, sino sólo presionar y confiar en la buena voluntad del gobierno. Esto no era cierto.
En relación al ejercito y la policía uno de los delegados al CNH por Economía del IPN, Hernández Zárate explica: “…sucedió algo que fue publicado en los periódicos: hubo renuncias masivas en la Policía Preventiva y los Granaderos”. La idea de la fuerza represiva del gobierno y la falta de confianza de que el movimiento pudiera haber ido más allá, por parte del PCM, a diferencia de los bolcheviques rusos que orientaron también su propaganda a los soldados para ganar a los campesinos e hijos de campesinos y obreros con uniforme para volver sus fusiles contra los oficiales de forma organizada, en vez de contra sus hermanos de clase, y ganarlos para la revolución, condujo a que el movimiento no saliera de exigir la “aplicación de la Constitución” y más “libertades democráticas o”. Esta falta de orientación política de clase, de una dirección revolucionaria y consecuente, propició que la masacre cumpliera su objetivo de dispersar y acabar con el movimiento. El PCM llamó a regresar a clase. Sólo la unidad en la lucha de los estudiantes, obreros y campesinos pobres podía haber hecho frente a esa política de ataque y represión. Estas son las experiencias que debemos extraer. La Constitución y las “libertades democráticas” son una máscara de la burguesía que no dudará en quitarse, violar y saltar, siempre que le interese a su clase o cuando vea en riesgo su dominación. Sólo una democracia obrera puede ofrecer libertad, respeto a los derechos democráticos y no represión.
Como se mostró en 1968, sí que hay que luchar necesariamente por los derechos democráticas mínimos, pero no como un fin en sí mismos, como objetivo final, sino como un paso más en la lucha por la transformación de la sociedad. Aprender las lecciones de entonces es vital para abordar las tareas políticas que desde entonces siguen pendientes, sin cometer los mismos errores y limitaciones. Hoy sigue en el poder una burguesía corrupta y cínicamente montada en la demagogia. Hace falta construir una organización estudiantil de masas, nacional, estable y permanente; lograr la democracia sindical; derechos políticos mínimos como elecciones sin fraude; la unidad del movimiento obrero, estudiantil, campesino y urbano popular contra la política económica del gobierno.
Hoy las reivindicaciones pendientes están colocándose en el primer plano. Vemos luchas del Sindicato del IMSS contra la privatización de las pensiones y los servicios, maestros contra la contrarreforma a la enseñanza secundaria, petroleros en lucha contra los despidos, colonos, luchas por aumento de salarios y por la democracia sindical, contra el fraude electoral… Golpear todos juntos el mismo día y a la misma hora a la política de hambre y sobreexplotación de la mancuerna formada por los dos partidos burgueses, PAN-PRI, es la única vía para derrotarla. La creciente unidad en la acción, reflejando las necesidades propias del ascenso de la lucha de clases, está arrinconando al sectarismo y fortaleciendo al movimiento obrero y estudiantil.
La división de nuestras filas es el mejor favor a la burguesía y sus representantes
nacionales e internacionales.
Transformar la sociedad
Pero la tarea central, la más vital, es construir una alternativa marxista de masas para transformar la sociedad. Las condiciones para esta transformación en 68 estaban dadas en México, excepto una dirección marxista. 41 años después es la tarea más vital de todas. Es el mejor homenaje que podemos rendir a quienes cayeron en 1968 en México y en todo el mundo en lucha por una sociedad sin clases donde sí pueda haber un futuro para los hijos de los trabajadores.
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